LOS MONSTRUOS DE JACK
Jack tenía que escribir. Tenía que ser ya. Hacía unas cuarenta y siete horas que su cabeza no reposaba en una almohada, pero ese no era un factor importante. Su editor le presionaba, los plazos le ahogaban. Y la sombra sin rostro volvía a acecharle desde el rincón. Tenía que escribir. YA.
Dejó la estilográfica unos segundos y alzó apenas la cabeza. El sol del mediodía se colaba por la ventana, iluminando gran parte del suelo de la habitación. Allí estaba. En el único punto sin luz. Erguida como un poste. Con sus ropas de material ectoplásmico plegadas entorno al cuerpo, como aquellas estatuas griegas de togas impecablemente plisadas. La habría confundido con una, si cada vez que sus dedos se despegaban de la pluma, su demonio particular no se deslizara en su dirección. Su paso era lento, muy lento. Pero, aún así, acabaría llegando.