¿Y de mamá?


He tenido una pesadilla. Me despierto con un grito, buscando a mi tata en la camita junto a mí. No está. Hace días que no duerme conmigo. ¿Por qué? Desde que se vistió con aquel bonito traje blanco no viene a casa. Yo también iba muy guapa con mi vestido de princesita, pero si llego a saber que Marisa no volvería, no me lo habría puesto nunca. Tengo ganas de llorar, pero me aguanto. Mamá me dijo que tenía que acostumbrarme.
Oigo ruidos en el pasillo y me viene a la cabeza la sombra que me ha hecho despertarme. Corro descalza hasta el cuarto de mis padres, intentando no enredarme las piernas con el camisón. Me golpeo el hombro contra el marco de la puerta. Entre las lágrimas que no salen y lo oscuro que está todo casi no puedo ver. ¿Quién ha apagado la farola que da a las ventanas de casa?
Llego a la cama de mis padres y, al subirme de un salto, descubro que está vacía. ¡No! ¿Dónde están papá y mamá?
Empiezo a llorar sobre la colcha de flores. No puedo aguantarme más. Miro mi imagen borrosa en el espejo del armario. Una mancha blanca en la oscuridad. También refleja la ventana que da a la terraza. Todo es oscuro, no veo nada. ¿Y mamá? Las lágrimas empapan el cuello del camisón y me entra frío, mucho frío. Algo se mueve en el espejo. No sé de donde saco valor para mirar hacia la ventana. Lo que sea que haya en la terraza se acerca y araña el cristal con las uñas. Empiezo a temblar, abrazando mis rodillas sobre la cama, sin saber dónde esconderme.
Pasos. Ruidos que vienen desde la terraza. La puerta de la cocina se abre. ¡Nunca me gustó esa puerta! Siempre suena cuando pasan los aviones. ¡Siempre he dicho que por ahí podría entrar cualquiera! Las bolitas de la cortina del pasillo empiezan a tintinear. Cada vez está más cerca. Por mucho que apriete las piernas con mis brazos, los temblores me sacuden. Y un chillido se me atasca en la garganta. ¡Ya está en el umbral de la habitación! ¡Puedo verla! ¡La Sombra!
- ¡Mamaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Se enciende la luz y mamá viene corriendo a abrazarme.
- Mi niña, no te asustes. Si soy yo.
Coge mis bracitos tendidos y me sienta sobre sus rodillas, apretándome contra su pecho. Yo intento juntar las manitas detrás de su espalda, pero no llego. No importa. Ya estoy con mami, entre sus brazos calentitos, oliendo su colonia fresquita. Suelto todo mi miedo en ese momento, llorando desesperada y dejando que salgan los ruidos de mi garganta. Me mece hacia delante y hacia atrás, susurrándome cosas bonitas al oído.
- Venga, mi vida, no llores. Ya estoy aquí.
- Venía a por mí, mamá – sollozo contra su pecho, empapando esa camiseta verde tan suavita que tanto me gusta -. La cosa negra venía a por mí.
- Pero aquí no puede venir nadie. Todos estamos contigo.
Me alza en sus brazos. Ahora la luz del pasillo está encendida y la de mi cuarto también. Me arropa con cuidado en mi solitaria camita. Echo de menos a mi hermana, sus brazos achuchándome cuando tengo miedo. Mi cara se moja con nuevas lágrimas. Mamá las seca, en una dulce caricia.
- ¿Quién te va a hacer daño a ti, si nosotros te cuidamos?
- Pero estoy solita.
Los hipidos se paran, pero las lágrimas dejan de caer.
- ¿Solita? No, mi vida – la cama se hunde bajo su peso ahora que se ha tumbado a mi lado -. Ya sabes lo que eres para nosotros, cariño. ¿Sabes lo que eres?
La abrazo fuerte y me acurruco contra su cuello. Las lágrimas cesan y mi ánimo mejora.
- Dímelo, mami – le pido con un suspiro.
Y mamá me lo dice, como todas las noches antes de acostarme.
- A ver, mi niña, ¿qué eres de la tata?
- “Su patito”.
- ¿Y del tate? – pregunta en mi oído.
- “Su osito”.
- ¿Y de papá?
- “Te quiero mucho”.
- ¿Y de mamá?
Alzo un poco la cabeza y veo todo el amor de mis padres y hermanos reflejado en su mirada. Ese amor que me protege de día y me arropa por las noches. Le doy un beso en la mejilla blandita y los párpados empiezan a pesarme. Antes de cerrarlos del todo, susurro con una sonrisa:
- “Su corazón y su vida entera”.
A mi madre.

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